lunes, 31 de enero de 2011

Natascha Kampusch; su testimonio de 3096 dias de cautiverio


Testimonio del Horror
Sobre una nota de Lola Huete Machado
Su caso conmocionó al mundo: el 23 de agosto de 2006, tras permanecer secuestrada durante más de ocho años en un pequeño sótano, esta joven austríaca recuperaba la libertad y volvía a la vida; atrás dejaba el encierro, la soledad y los abusos de un raptor que pretendió "construirla a su antojo".
Aquí cuenta cómo vivió esa pesadilla de 3096 días
A la cita de Natascha Kampusch, de 22 años, su asesor nos pide que la llamemos Frau Kampusch (señora Kampusch) porque ella se siente cansada que banalicen su nombre como si fuera el juguete de Wolfgang Priklopil, el hombre que la secuestró el 2 de marzo de 1998, cuando tenía 10 años, y la mantuvo presa hasta el 23 de agosto de 2006, y ése día siendo mayor de edad, ella reunió la fuerza suficiente para escapar del influjo de quién le llamara "maestro" al que debía obedecer y servir, un "paranoico de rostro delicado" que la maltrató y la hizo protagonista de una película que solo existía en el "mundo de su mente enferma".
Así abrió la verja de la casa donde estaba encerrada, anduvo los 30 metros que distan hasta la esquina, y corrió pidiendo ayuda. "¡No me pises el césped !" le gritó una vecina desde una ventana antes de llamar a la policía y los agentes no podían creer al dejar al descubierto su ineficiencia de años y que el secuestrador, al volar su presa, se quedó perdido para suicidarse arrojándose bajo un tren.
El "caso Kampusch" solo tiene una versión, una víctima, y una protagonista: ella que no podía tener mejor argumento para un libro que relatara el drama de su vida con una mala jugada del destino y con una historia llena de enigmas y soliloquios de una mujer encerrada en un sótano.
El libro se ha publicado en otros países (en 30 lenguas).Y ahora, en español, lo edita Aguilar titulado; 3096 días, los mismos que duró su cautiverio.
"No se puede conseguir amor a la fuerza", nos dirá Natascha Kampusch, sentada en un ático del monumental centro de Viena. Frau Kampusch es baja, rellenita, rubia de pelo lacio y ojos claros inquietantes, de aspecto adolescente, ha llegado tarde a la cita y su asesor aclara: aún tiene dificultades con el tiempo ya que quiere sentirse libre en todo y también en eso, es tímida y saluda con gestos infantiles y se pierde en la cabina de la maquilladora, asunto que considera básico para las fotos: "Tengo la piel transparente, se ven los defectos...", se disculpa pero si los tiene, no son destacables. Ese descontento con su físico que hasta afecta su condición femenina, aclara "Con mi cuerpo no me siento nada bien y me gustaría ser un poco más grande, fuerte y masculina ya que como hombre se tienen menos problemas físicos... y se pueden hacer más cosas".
¿No serán los kilos? "Pues, sí", contesta y hace muecas constantes Frau Kampusch cuando habla; cierra y abre sus ojos, los pone en blanco y los alza hacia el cielo... y según esa variedad de expresiones, puede parecer muy mayor o muy niña por ser camaleónica, a veces tierna, divertida o sarcástica muy crítica y dolida, pero de consciente ojo avizor.
Se siente femenina y luce un vestido y chaqueta de lana, botas y medias negras. Las prendas cuando era obligada debía usar buzos y pantalones del secuestrador, que él mismo le compraba lo necesario, hasta las toallas femeninas, y le cortaba el pelo, porque sí o por castigo... Ahora se arregla para  posar como una estrella y es lo que soñaba en su infancia con una fama triste de austriaca y "Célebre por ser víctima de un delito". Se siente afecto por la víctima solo cuando uno se puede sentir por encima de ella.
Ya en la primeras cartas recibidas le llegaron docenas de acosadores, cartas de amor, proposiciones de matrimonio y perversas cartas anónimas. Se negó a representar ése papel y a llevar un sello en la frente que diga: víctima, niña rota... para producir lástima.
¿Cómo es un día normal ahora para ella, exceptuando la promoción del libro?
"En terapia", responde, ¿Y va bien? "Bueno, la mayoría de la gente se trata por problemas de pareja, con sus padres... Yo puedo acumular 24 distintos". 
Cientos de efectos colaterales: sueños de la vida afuera que la mantuvieron con vida dentro y pesadillas de dentro que la intranquilizan fuera; claustrofobia, agorafobia, resignación, culpa, ser víctima y creer merecerlo, huellas de la tortura psicológica y física que él le infligió, el miedo a que la abandonara o a volver al mundo real... Absurdo pedirle ejemplos de daños y perjuicios a alguien que ha crecido sujeta a un adulto extraño por la fuerza y convencida de haber sido olvidada por su familia porque no han pagado el rescate, le dijo Priklopil desde el principio. "No te quieren, no vienen por ti, solo me tienes a mí...". Una cantinela cruel y paralizante tan mortal para los débiles, que es una invitación al suicidio. Ya no tienes familia... Ahora yo soy todo para ti... Me perteneces. Yo te he creado ocho años y medio y así. hasta atreverse a decirle al secuestrador en la cara: "Te estoy agradecida por no haberme matado y por haber cuidado tan bien de mí... pero no me puedes obligar a vivir contigo soy una persona independiente... O me matas o me dejas libre".
Un largo tiempo 3096 días con sus noches, prisionera en el sótano de una casa con jardín, la misma casa con la primera luz del día, en Strasshof, afueras de Viena, después de atravesar fábricas, urbanizaciones, centros comerciales y llanuras nevadas acompañados de decenas de camiones de Europa del Este y al pasar por la Rennbahnsiedlung, la urbanización de trabajadores donde Natascha vivía, o Süssenbrunn, donde se alzaba el hogar de su abuela y la panadería que sus padres regentaban son los "Puntos de referencia de mi infancia", de la tienda que aún existe muy precaria pero por allí corría ella. Al entrar una pareja despachaba salchichas, chocolate, conservas... y la dependienta actual del negocio podría ser su madre o hermana pero desconfía de todo el mundo ya que sabe de qué hablamos.
La vivienda con sótano del albañil y ex ingeniero Priklopil (se ignora por qué lo construyó pero lo tenía usado antes, para un búnker antinuclear y se encuentra en Heinestrasse, 60. Chalets vallados con piscina y parrilla, casetas de madera para la horticultura y bosque apetecible a su alrededor ofrecía un rincón como hay miles en el mundo urbanizado. Dentro de la parcela se ve el césped descuidado, las coníferas muy crecidas, la casa tiene fachada amarilla, ventanas y puerta del garaje cerradas pero dentro se intuyen habitaciones vacías y secretos de extramuros a tres pasos hacia la Blaselgasse por donde huyó.
Cuesta creer que en éste entorno alguien pudiera retener a un ser humano y menos a una niña y que nadie se enterara. Cada uno en su casa y Dios en la de todos, una suerte de Revolutionary Road a la austriaca. "Gente que nace, muere, tiene jardín, y en tanto en cuanto eso se mantenga estable, todo está bien", sentenciará luego Frau Kampusch lo que viene a decir que cualquiera de nosotros puede callar y hacer lo mismo.
Por sus recuerdos no la he comprado como dicen, sino que se la "han asignado" y al suceder su "autoliberación" (insiste en el concepto: la policía nunca la encontró), la casa fue asaltada por curiosos: "Todos querían sentir el escalofrío del terror. A mí me parecía horrible que un perverso admirador del secuestrador pudiera adquirirla... Por eso me ocupé de que me fuera adjudicada como indemnización", y así la podía eliminar de "la circulación".
Para Natascha Kampusch cuando Priklopil la agarró en la calle Melangasse, cerca de su escuela, la subió a su furgoneta para apropiársela y la trajo hasta aquí: era una muchacha soñadora, aunque insegura, falta de autoestima, hija de padres separados, un panadero juerguista y una costurera que odiaba la sensiblería y no se permitía debilidad alguna. Natascha sabía ya de redes de pederastas y los expertos aconsejaban en los noticiarios: no oponer resistencia, pero hablar...y ella lo hizo y sufrió una regresión y se hizo la niña querida del secuestrador. En su sótano, él le leía cuentos ("La princesa y el guisante" fue el primero), jugaban a las damas, la bañaba, le trajo una computadora y se convirtió en el único adulto capaz de tomar decisiones por ella, el que da comida y la quita como un dueño.
¿Cómo cree que pudo él hacer algo así?, le preguntamos, mientras ella bebe té y se acomoda las medias. "El intentaba vengarse del mundo... No pensó en mí, ni en mi familia, ni en mis compañeros de clase que tendrían miedo durante años...".ya que no sabía pensar en otros por ser un antisocial y ella intentaba convencerlo del error al decírle: "Ésto no puede ser así, pero él creía tener derecho sobre mí... así como muchos hombres se saben dueños de las mujeres" y él quería construirse una a su antojo como un animal con princesa en su guarida.
La soledad es imposible imaginarla allá abajo con once metros cúbicos de aire agobiante con su cuerpo frágil encajado entre la cama, la ropa, el despertador, la radio, una tele, bombillas, la Barbie... Allí esperando, una hora, dos, tres, un día entero, a que se abriera una puerta y hablando sola, "Solo existía una persona que podía salvarme de la agobiante soledad: la misma que me había impuesto esa soledad". Qué paradoja.
Dos años estuvo Natascha en el sótano de Strasshof sin ver el sol atada o vigilada, poco a poco él la dejó subir a una planta, luego a la otra, luego la llevó a dormir en su cama atada con sogas y la dejó salir al jardín, luego hacer compras en coche por la zona... pero cuando creció y empezó a acumular coraje, y rebelarse, él reforzó sus métodos de acoso mediante torturas y palizas, le retiraba la comida o las salidas del encierro, la dejaba abandonada hasta que ella cedía presa del pánico a morir de hambre en ése agujero como enterrada viva. "Mi mayor espanto".
Su historia dentro se hizo brutal, y también lo fue el impacto que le causó al escapar. Los fotógrafos trepaban a los árboles para hacerme la primera foto, apareció mi sótano en los periódicos. La puerta se abrió con las pocas pero valiosas pertenencias que tenía, mis diarios y mi par de vestidos aparecieron revueltos sin piedad, ví cómo mi pequeña vida privada, tanto tiempo oculta, saltaba a las portadas de los diarios y dos semanas después decidí poner fin a las especulaciones y contar mi historia por mí misma. "Concedí tres entrevistas, a la televisión austriaca ORF, al diario Kronen Zeitung y a la revista News ya que quería mitigar la expectativa, pero el efecto fue contrario, era jóven y la carne fresca para los diarios y nunca me dejaron en paz".
La gente quería convertirme en figura pública, y muchos me trataban y lo siguen haciendo como si fueran conocidos míos..." y todo fue muy rápido, un día en el sótano, otro en las revistas, y al siguiente presentando un show televisivo.
A Frau Kampusch le ofrecieron cambiarse de identidad pero se negó. "Me había enfrentado a toda la basura psíquica y a oscuras fantasías de Priklopil, que no me había dejado vencer... se quería ver en mí eso: una persona rota que nunca más va a levantar cabeza, que siempre va a depender de la ayuda de los demás.
"Cuando me negué a llevar ése estigma el resto de mi vida se cambiaron las cosas". Llovieron las críticas y querían sacar provecho por lo cual era una desagradecida, creían haberme hecho millonaria con las entrevistas... "Lo que peor fue que no condenara al secuestrador porque lo había perdonado y "sino, no hubiera sobrevivido". Así fuí objeto de mofa en los grupos de redes sociales que me pedían volver al sótano con canciones o chistes que me citaban de mal modo...
Sobre la crueldad de la sociedad aprendió bastante Frau Kampusch, "Poco a poco me di cuenta de que había caído en una nueva prisión, la voracidad de la opinión pública, y además, la investigación policial que sigue tan viva como la expectativa de los agentes y jueces siguen dándole vueltas al caso (por los muchos errores cometidos, las pistas no seguidas, si el raptor actuó solo o trabajaba para una red de pederastas aún oculta y llegar hasta con implicancias políticas)", y con una papa caliente con un reciente suicidio de investigador incluido.
Cuatro años ha tardado Natascha Kampusch en poner en papel blanco sobre negro toda su historia con la ayuda de dos periodistas, Heike Gronemeier y Corinna Milborn.
El libro está sirviendo para que se me entienda mejor, dice. "Es la historia de una luchadora", opina Milborn. "Nunca dejó de soñar con la libertad" y  nunca se abandonó.
Los psicólogos que la trataron siempre admiraron su valentía de mantenerse activa en el sótano, nunca perdió la curiosidad, leyó, vió cine, estudió, sabía de política, cultura... "Yo seguía la radio, estaba informada, pero aun así, al salir, vi el mundo algo cambiado, de repente todos tenían dos automóviles, y computadoras por todas partes...".
Este libro es punto final; recoge todo lo que quería contar: "Deseaba aclarar malentendidos: por qué no había huido antes, por qué no acusé al secuestrador, o dar mi respuesta a falsedades...".
Un gran esfuerzo por sacar todo de sí: recuerdos, detalles, sensaciones...é interpretar la razón de lo sucedido. El mal para Natascha Kampusch tiene rostro humano, y habla de esa violencia burguesa, soterrada y tan usualmente fina, de cómo se crean monstruos y víctimas para disfrazarla, del abuso del blanco y el negro para definir conductas, cuando el mal es gris y está en todos. "Creo que Priklopil fue uno más entre nosotros, producto de la indiferencia".
Ignora qué se puede hacer contra ello, pero quizá por eso intenta involucrarse en grupos contra la violencia de género, crear fondos para víctimas de secuestros (quiso ayudar a la otra secuestrada austriaca, Elisabeth Fritzl, en Amstetten) y está interesada en lo que sucede en Ciudad Juárez (México).
"Hay cientos de personas maltratadas en éste momento y ante nuestra pasividad y la de los políticos, más interesados en ganar su dinero que en servir".
¿Pero qué relación desarrolló realmente con Priklopil durante tantos años? ¿La violó? ¿Lo quiso?
-Eso no es público. Lo guardo para mí. Stop.
-¿Sintió su muerte?-...Claro, era el único familiar para mí y esa impresión se suavizó mucho con el hecho de que ése día yo era libre y sentí alivio. Lo que él había hecho era injusto y yo tenía que decidir o morirme ahí o buscar mi propio camino.
-¿Por qué se suicidó?
-Porque se quedó perdido, porque sabía que podía ir a la cárcel y porque había perdido a su princesa, la que había inventado, la que había querido que fuera perfecta. Pero yo era ya otra persona.
Resulta admirable que Frau Kampusch haya conseguido mantener una actitud tan digna consigo misma y mantenerse firme frente a las presiones y saber guardar silencio sobre las humillaciones sufridas, aunque ello queme tanto las manos y hay detalles que ella no dá en el sentido de lo que la gente busca ávida: sexo con el secuestrador.
Los periódicos de medio mundo titularon: "Natascha Kampusch confiesa en su libro haber sufrido abusos sexuales". La palabra "sexuales" no la emplea o no la encontramos "Tal como está contado en sus páginas es como debe ser pero hay información añadida que es para mí, al querer defender a mi familia y la religión ya que apenas habla de Dios porque pienso que Dios está siempre conmigo".
La conversación deriva hacia el futuro. "Ahora sigo aprendiendo a adaptarme a la vida social, a reaccionar ante la gente y las críticas".
Acaba de terminar la escuela y quiere formarse como joyera tras los estudios secundarios. Dice que sí, recuperó "debidamente" la relación con su familia tras el shock de su reaparición, y que de novios, no le interesan ni el estilo chupasangres de Robert Pattinson ni el madurito Clooney, y los interesantes de su edad, "no abundan". ¿Una relación con un hombre?, la limitaría porque prefiero buenos amigos.
Las revistas nutren su información ya de supuesta relación con un aristócrata, asunto que ella niega ahora como un puro show de nobles y famosos aduladores, bailes de la ópera, clasicismo vienés interior y exterior.
Pasa parte de su tiempo rodeada de asesores y guardaespaldas, las amigas tampoco abundan. ¿Quizá por su carácter difícil y controlador? "Sí, quizá soy muy exigente con los demás. Pero ya aprendí que no es posible controlarlo todo, ni satisfacer a la gente o entender sus contradicciones", "Pero no cuando tengo que satisfacerlos, la obligación me pesa como una losa".
Finalmente, salimos a un parque del centro de Viena con un ambiente gélido, se ven los pájaros patinar en el lago y se divierten volando alrededor nuestro. Frau Kampusch debería pasar inadvertida pero algunas personas la reconocen al instante, sobre todo hombres mayores.
Es una sensación que ella tiene a veces, según comenta como en aquella visita que hizo un día a una conocida escuela privada: "Allí estaban todos esos chicos ricos, bien vestidos, musculosos. Pensé, porque lo sentí, que ellos creían que yo me merecía haber estado encerrada". Uff, peligro, peligro, el enemigo interior acecha, ella se ríe y lo sabe.
¿No sería mejor que fuera preparándose ya para dejar de ser conocida? 
Frau Kampusch estira entonces coqueta su abrigo negro y responde divertida: "Sí, me puedo operar y cambiarme entera para lucir como Britney Spears. Así seré famosa también, pero la gente me hablará como a Britney y no como a Natascha", el Horror.